La última vez que escribí acá dije que iba a publicar más seguido. Eso no sucedió. También pienso que había establecido los miércoles como día oficial del newsletter, y hoy el calendario marca jueves. Pero, sinceramente, en este preciso momento no estoy para seguir reglas. La vida está intensa, y por suerte, mientras mis piernas se balancean buscando el equilibrio justo para surfear las olas, puedo sostener con mis manos algunas cosas.
Me debato constantemente entre si este tiene que ser un espacio con una literatura más cuidada o si, simplemente, es un lugar donde comparto mi vida como si fuera un diario íntimo. Tal vez el punto medio entre esos dos extremos sea el más adecuado. La vida está intensa y no puedo exigirme definiciones.
Tampoco termino de decidir si escribir a corazón abierto, como ya he hecho tantas veces, o si es mejor endulzar un poco la historia. Pero pienso que el sabor a caramelo prefiero dejarlo para la merienda. El fuego que llevo dentro no se alimenta solo de miel y azúcar, también necesita combustible del bueno: Leña hecha de verdades crudas, de preguntas sin respuesta, de emociones que arden y no se nombran fácil. Necesita noches largas, decisiones valientes y pausas sinceras.
Escribo mientras en mi computadora suena una dulce melodía de guitarra, mezclada con el arrullo suave de olas marinas. Pero de fondo también retumban martillazos, el motor cansado de un camión y la vibración insistente de una agujereadora atravesando las paredes. Así se siente mi vida en este momento: como en un intento desmesurado de encontrar la calma, en medio de un paisaje que tiembla y me sacude.
La vida se siente intensa, y yo estoy aprendiendo a bailar con ella.
A veces me pongo un poco dura conmigo misma, y me asaltan cuestionamientos de los que no me enorgullezco. Pienso en todas las cosas realmente terribles que pueden suceder en la vida —y que, por suerte, no son las que yo estoy atravesando—, y enseguida mi mente intenta invalidar lo que siento. Pero estoy aprendiendo, paso a paso, que a veces las cosas no tienen que ser devastadoras para ser agotadoras. A veces, lo que pasa en silencio, también pesa.
Quizás para contar qué está sucediendo en mi vida, me tendría que remontar a esta entrega del Newsletter, de hace un año y medio atrás:
¿Dejar ir?
Suelo mandar estos mails miércoles de por medio cuando sale el Podcast. Suelen estar más planificados y revisados. Suelen… hoy no. Hoy necesitaba simplemente expresarme, necesitaba escribir, y sobre todo necesitaba poner en palabras mi ansiedad, mis miedos, mi angustia y mi incertidumbre. Así que no voy a seguir mis reglas “estúpidas” y voy a escribir l…
Es gracioso, porque ahora que la releo, me doy cuenta de que empiezo de una forma similar: excusándome por no haber escrito un miércoles, dudando si poner mi corazón en el mundo. Algunas cosas nunca cambian… o, al menos, llevan su buen tiempo.
En esa entrega decía “Me sería más fácil anunciar un resultado, sea positivo “nos sucedió esto, pero salimos invictas“, o negativo “estamos muy tristes de anunciar que tenemos que renunciar a la marca porque sucedió esto”. Quizás, el mensaje de hoy sea un punto intermedio: tuvimos que renunciar a la marca… sí, pero también salimos invictas. Porque todo final es también un nuevo comienzo. Y para llegar a ese nuevo comienzo, hay un largo camino que recorrer.
En noviembre de 2023, cuando enviaba ese correo a corazón abierto, estaba en Antibes, Francia. Había llegado unas semanas antes, y mi papá me esperaba en un bonito departamento en la elegante Riviera Francesa, para embarcarnos juntos en una aventura teñida —para ambos— de miedo e incertidumbre.
A causa de las constantes crisis financieras de Argentina, mi papá había decidido cerrar el negocio que tenía desde hacía 20 años. Luego de dos años en el paro, se animó a dar un salto al vacío y seguir un sueño que lo acompañaba desde chico: ser marinero. David Deckhand (deckhand = marinero) —el apodo que le inventé con cariño— volvía a encontrarse con ese adolescente que asistía a la Escuela Nacional Fluvial, y que encontraba paz en el mar.1
Después de hacer todas las formaciones necesarias y reunir la documentación pertinente, viajó solo por primera vez a un país donde, años atrás, había terminado hospitalizado por una fuerte reacción asmática. El objetivo ahora era uno: Conseguir trabajo como marinero en alguno de los puertos de yates más grandes del mundo.
En ese momento yo estaba en Washington, Estados Unidos, cuando mi papá me propuso acompañarlo en su aventura. Acepté. Nos esperaba una de las zonas más hermosas de Francia, un departamento a cuadras del mar Mediterráneo, la tranquilidad que solo una ciudad pequeña puede ofrecer, y un tren que, en cuestión de minutos, te llevaba a Mónaco o a Italia. Suena idílico… pero no todo era color de rosas.
Mi papá venía cargando con el peso de haber estado desempleado durante dos años. Apostaba sus últimos ahorros a la posibilidad de empezar de nuevo. La incertidumbre era grande: ¿alguien contrataría a un argentino de más de 50 años? A medida que pasaban las semanas y solo recibíamos rechazos, los nervios crecían. Y, con ellos, también las tensiones entre nosotros. Hay una frase que siempre me causa gracia, porque dice: “Si crees que estás iluminado, pasa una semana con tu familia”. Probablemente, todas esas cosas que creías tener resueltas, afloren.
De todos modos, esto de aprender a habitar los dos extremos de la vida —lo maravilloso y lo difícil— es algo que ya tengo bastante entrenado. La vida en la Riviera Francesa era de ensueños, no lo voy a negar; pero convivir con el miedo de que mi papá se quede sin un peso… no tanto.
Aquí es donde, en otra versión de esta historia, vendría la parte linda y les diría que mi papá está viajando por los siete mares. Pero no. A fines de enero de 2024, después de más de dos meses en el sur de Francia, volvimos a Buenos Aires. Esta vez, mi regreso fue feliz; disfrutaba de volver a casa. Sin embargo, el primer golpe familiar del año no tardó en llegar, con la ansiedad que me generaba ver que mi papá seguía sin conseguir trabajo, ni en Antibes ni en Buenos Aires.
La espera se hacía eterna, la caja de ahorros se vaciaba cada vez más y los ánimos de mi papá se hundían a la par. Ver sufrir a alguien que amás, sin encontrar la salida, es una de las cosas más desgarradoras que hay. Esa incertidumbre duró hasta octubre. Nueve meses de nervios, ansiedad, enojo y tristeza. Pero finalmente, consiguió trabajo en el rubro ferretero, al que había dedicado toda su vida.
En marzo y en mayo, también de 2024, la vida decidió llevarse a dos primos de mi mamá. Fallecieron de forma inesperada. Fueron el segundo gran golpe familiar del año. Si ya venía ansiosa, fue como si me hubieran inyectado nitro. Pero sobre eso ya escribí largo y tendido en esta entrega:
Cero bodas y tres funerales
El título de la película Cuatro bodas y un funeral es un poco más optimista, pero la realidad de mi vida es esa: Cero bodas y tres funerales.
Y como no hay dos sin tres, la frutilla del postre llegó con el tercer golpe familiar del 2024, esta vez con mi abuela materna como protagonista. Lo diré sin sutilezas: el sábado 9 de noviembre, mi abuela decidió tomarse más de treinta pastillas en un intento de abandonar esta vida. No lo logró. Mi tía y yo llegamos a tiempo para llevarla al hospital.
Sé que puede sonar impactante al leerlo, pero para nosotras no fue una sorpresa. No por eso fue menos doloroso, claro. Este no fue su primer intento. Mi abuela, que tiene una condición psiquiátrica desde —se podría decir— toda la vida, ha sido muchas veces la conductora de la montaña rusa emocional de nuestra familia.
Igualmente, uno nunca se acostumbra a estas situaciones. Aunque si nos preguntan, digamos que sí, que ya estamos acostumbradas. Mentira. No te acostumbrás. Es imposible que estas cosas no te afecten, que no duelan, que no te den bronca —mucha bronca—, que no te asusten.
Después de varios días en el hospital, se siguió el protocolo. Mi abuela fue derivada a una institución para estabilizarse. Y aunque fue un alivio saber que estaba contenida, el corazón seguía en alerta. La herida seguía abierta, pero también empezaba, lentamente, a encontrar algo de aire.
Mi 2024 fue un año personalmente tranquilo, pero a nivel familiar fue muy movido. Sin embargo, incluso en medio del caos, algo dentro mío se iba ordenando. A veces, las situaciones difíciles no vienen solo a romper; también vienen a mostrar lo que ya no puede sostenerse. Y aunque cueste verlo en el momento, hay decisiones que nacen desde ese fondo.
Y quizás te preguntes qué tiene que ver todo esto que te conté, con lo que empecé diciendo, sobre tener que renunciar a la marca de Le Mat Market. Bueno… eso, lo sabrás en la próxima entrega. ¡Prometo que saldrá pronto!
Ya sabes, siempre podés responderme a este email, o dejar un comentario, para contarme qué te pareció esta entrega, qué resonó con vos, o simplemente para dejar un mensajito de amor.
Lo que se hereda no se quita, por algo, hace algunos, años me fui a vivir cerca del mar.
Gracias hija por tus palabras, por tus acciones, por tu escucha aún cuando no tenes ganas de escuchar.
Te amo y espero la próxima publicación, aunque sospecho de que se trata.
Cuando leí el título, no esperaba todo lo que siguió después. Es un placer leerte a corazón abierto Nati. Hay que tener coraje para nombrar todas esas experiencias sin edulcorarlas y sin dudas vos tenés tanta sensibilidad como valentía para hacerlo 🧡 PD: Aguardo ansiosa la próxima entregaaa 🤘✨🤭