El pequeño rey y las doncellas del lago
Reflexiones sobre La Estrella, y el arte de aprender a confiar
El pequeño rey y yo nos aventuramos en el bosque. Pasamos tormentas, días cálidos y soportamos vientos tan fuertes que sentíamos que nos atravesaban los huesos. Día y noche caminamos por la naturaleza, creando nuestros propios senderos, aquellos que nunca antes habían sido transitados.
Cuando la travesía se tornaba sencilla, cuando las flores brotaban llenas de colores y la brisa cálida rozaba mi rostro, sentía que finalmente estaba segura, que por fin había llegado a esa tierra prometida donde podía descansar en calma. Pero al seguir vagando, el camino se volvía agreste, la noche llegaba, y con ella los aullidos de los lobos y el choque de las nubes que provocaban diluvios. Es ahí cuando entendía que aún tenía que seguir caminando. Que, a pesar de que esperaba que el trayecto fuera fugaz, este era largo y sinuoso.
Caminando llegamos a una laguna. La noche estaba estrellada y las luces del cielo iluminaban el sereno oleaje. El pequeño rey asomó su cabeza, buscando su reflejo, pero el agua cristalina le devolvió una imagen diferente: mi propio rostro. Mi compañero de travesía no se inmutó, pero yo me quedé pasmada. Fue en ese momento que entendí que el pequeño rey era una parte de mí misma, oculta en mi interior. Y aunque en muchas ocasiones había querido escaparme mientras él dormía en el bosque, sabía que en verdad no podía dejarlo atrás. Porque abandonarlo era abandonarme.
Hacía mucho calor ese día, así que decidimos sumergir los pies en el agua para refrescarnos. Nos recostamos en el muelle de madera y observamos el cielo. Sabíamos que, de alguna forma, las estrellas podían guiarnos hacia la tierra de la confianza, pero no sabíamos cómo leerlas. Tal vez, pensé, era más una cuestión de intuición que de lógica.
Nos quedamos dormidos, y cuando despertamos, la luna ya le había cedido el lugar al sol. A lo lejos, divisamos unas figuras: hermosas doncellas que se sumergían en las aguas de la laguna. Aunque estaban lejos, podía ver que se estaban divirtiendo. Se las notaba suaves, alegres y despreocupadas.
El sol brillaba y el calor aumentaba con el pasar de las horas. En un momento, las doncellas se acercaron sonrientes y nos invitaron a sumergirnos con ellas. Sonreímos, pero nos negamos. Teníamos que seguir nuestro viaje. La tierra prometida nos esperaba, y temía que demorarnos fuera motivo suficiente para no encontrarla.
Ellas siguieron jugando y danzando en la laguna. Yo las observaba con asombro. Se veían tan felices. ¿Cómo hacían para pasar tanto tiempo sin hacer otra cosa más que divertirse? me pregunté.
“Deberíamos continuar nuestro viaje”, dijo el pequeño rey, interrumpiendo mis pensamientos. “Fue bonito ver las estrellas reflejadas en la laguna, pero no quiero volver a pasar una noche en la intemperie. Hay muchos peligros aquí afuera”. Sin embargo, dentro de mí algo no podía dejar de mirar a esas doncellas jugando. ¿Por qué yo nunca me permitía disfrutar de esa manera?
“¿En qué piensas?”, me preguntó el rey. “Quizás deberíamos meternos a jugar con las doncellas”, le respondí. El pequeño rey me miró con horror, como si estuviera viendo su peor miedo pasar por delante. “¿No has pensado en todos los problemas que eso nos traería?”, exclamó. “Empecemos con lo obvio: perderíamos tiempo. Tenemos un lugar al que llegar, no podemos permitirnos distracciones”.
”Sí, pero... ¿es realmente malgastarlo? Quizás todo esto que estamos haciendo no se trata tanto del destino, sino de apreciar el camino. Lo sé, suena trillado, pero no creo que nos haga daño pasar un buen rato divirtiéndonos.”
Me paré en la orilla y sumergí las piernas hasta las rodillas. El agua estaba cálida, pero aun así, un cosquilleo recorrió mi cuerpo, que ya estaba acalorado por el sol. El pequeño rey me observaba desde lejos, mientras las doncellas festejaban y nadaban. Seguí avanzando hasta que el agua me cubrió la cintura. En ese momento, lo miré preocupada. ¿Cómo iba a seguir el viaje si estaba completamente mojada? De repente, lo que parecía una buena idea ya no lo era tanto, pero ya tenía la mitad del cuerpo sumergido.
El pequeño rey me advirtió nuevamente. Insistía en que había leído suficientes historias de cuentos como para saber que no podía confiar en esas doncellas. Cuanto más bello y tentador el panorama, más diabólicas eran sus almas, decía. Estaba seguro de que querían encarcelarme o, peor aún, usar mi cuerpo para algún ritual.
Al escuchar sus palabras un escalofrío recorrió mi espalda. ¿Y si tenía razón? Al fin y al cabo, estaba confiando en unas desconocidas que parecían demasiado contentas de que me uniera a su diversión. Eso sonaba sospechoso. El rey comenzó a desesperarse. Durante nuestra travesía, había notado que sus gritos y su caminar agitado siempre me generaban una sensación desagradable en mi cuerpo. “No puedes confiar en unas desconocidas”, gritaba desde la orilla. Miré a las doncellas buscando algún signo de peligro, pero no encontré nada.
Respiré profundamente y recordé algo que me había dicho antes de emprender este viaje: “Quizás descubra que no hay nada de malo en hacer de la confianza mi amiga”. Las doncellas me hacían señas para que me acercara. Con dudas acepté, pero primero até mi cabello en un alto rodete para no mojarlo. Odiaba cuando mi cabello mojado quedaba alborotado, salvaje y con nudos. Además, me incomodaba seguir el viaje con el pelo mojado, así que decidí no sumergir mi cabeza en el agua.
Me acerqué hacia donde estaban las doncellas, curiosa pero preparada para nadar a toda velocidad si notaba que algo malo podía suceder. Ellas me recibieron con alegría, me enseñaron sus danzas y juegos, y pronto me di cuenta de que estaba a salvo. Le hice una seña al pequeño rey. Aunque parecía más tranquilo, aún mantenía su desconfianza. En un momento, las doncellas me invitaron a bucear en la laguna, asegurándome que en lo profundo se escondían grandes tesoros. Me entusiasmé con la idea, hasta que me di cuenta de que para llegar a ellos tendría que sumergirme por completo.
No quería lidiar con la incomodidad de mojar mi cabello. Estaba bien jugando en la superficie. Además, ¿por qué tendría que adentrarme en lo profundo si ya estábamos divirtiéndonos? Algunas de las doncellas se zambulleron sin mí, y al rato emergieron luciendo hermosas perlas que habían encontrado en las profundidades. Contaban historias de las fabulosas criaturas que habitaban el fondo de la laguna y de cómo los rayos de sol se filtraban en el agua, creando un espectáculo mágico. Me preguntaba si ahí debajo también habría hipocampos, criaturas que siempre había soñado ver.
Las doncellas me ofrecieron llevarme a la colonia de hipocampos que vivía entre los corales. Mis ojos se iluminaron al escuchar su propuesta, pero entonces apareció la voz del pequeño rey en mi cabeza. A pesar de la distancia, era como si pudiera escucharlo claramente. Me enumeró una larga lista de peligros. Por supuesto, la principal advertencia era que podía morir de innumerables formas. También me recordó todo el tiempo que estaba perdiendo en mi afán de divertirme. Además, enlistó las criaturas temibles que vivían en las profundidades de la laguna e insistió en que probablemente las doncellas planeaban secuestrarme. Como último argumento, trató de convencerme de que mi cabello quedaría arruinado.
Mis ganas de ver a los hipocampos se mezclaban con todas las amenazas que el pequeño rey había mencionado. Miré a las doncellas, que parecían genuinamente felices de que las acompañara. Luego, volví la vista hacia el rey, que continuaba actuando como si algo terrible fuera a suceder en cualquier momento. Recordé que el pequeño rey se alimentaba de mis miedos. Probablemente estaba ansioso por devorar en su banquete todo el temor que sentía. Pero también traje a la memoria el momento en que había compartido mi felicidad con él y la disfrutó tanto como yo.
"Pequeño rey," le dije, "ya estoy metida hasta el cuello en esta laguna. Solo queda darme permiso para sumergirme completamente." Y me zambullí como una sirena en el agua cristalina. Recordé lo divertido que era simplemente nadar, sin estar rígida y preocupada por si una gota caía donde no quería. Decidí hacer de la confianza mi amiga y creer en las buenas intenciones de las doncellas. Al fin y al cabo todos merecemos el beneficio de la duda. Tomé al pequeño rey de la mano, y juntos nos aventuramos en busca de los mágicos hipocampos. Una vez más, el pequeño rey saboreó el dulce gusto de la felicidad, dejando que el encanto de aquel momento lo envolviera, sin saber cuánto duraría, pero disfrutándolo por completo mientras lo tenía.
La Pausa
Esta semana volví a consultar al Tarot, y la carta que me salió fue La Estrella, L'Étoile, o el arcano XVII. Me quedé reflexionando sobre el mensaje que traía. Admito que desconfié de ella. Mi pequeño rey cree que el tarot se equivocó y que ese mensaje tan esperanzador seguro no es para mí.
Al reflexionar sobre esta carta, sobre esa doncella derramando agua en el lago, y al pensar en los senderos que estoy caminando en este momento de mi vida, se me vino a la mente este modismo que forma parte de nuestro idioma: “Ya que estamos en el baile, ¡bailemos!”. Así que, ya que estoy metida en la laguna, nademos. Ya que estoy inmersa en esta situación que la vida me presenta, prefiero más bien vivirla en vez de simplemente quedarme en la superficie, intentando entrever qué es lo que hay por debajo.
La Estrella (Arcano XVII) es una carta rica en simbolismo y significado, que evoca una sensación de paz y renovación. En su ilustración, se presenta a una joven doncella desnuda, símbolo de pureza y vulnerabilidad, que se encuentra en la orilla de un lago sereno bajo un cielo estrellado. Con gracia y confianza, la doncella vierte agua de dos jarras: una hacia el lago y otra hacia la tierra, representando la conexión entre lo espiritual y lo material, así como el equilibrio entre los dos mundos y la fertilidad. Tiene un pie en el suelo representando la realidad, el sentido común y la lógica; y un pie en el agua representando su intuición, mundo emocional y su voz interior.
El lago refleja el cielo nocturno, donde brillan numerosas estrellas, cada una simbolizando esperanzas, sueños y el potencial que reside dentro de cada uno de nosotros. La luz de las estrellas irradia una energía tranquilizadora, sugiriendo que, aunque enfrentemos momentos de oscuridad, siempre hay una guía que nos orienta hacia la luz. Las siete estrellas, a menudo interpretadas como representaciones de los siete chakras, resaltan la importancia de la armonía y el bienestar espiritual.
Al fondo, se pueden ver montañas que simbolizan los desafíos superados, y el paisaje natural evoca una sensación de calma y estabilidad. Esta imagen nos invita a dejar atrás las preocupaciones del pasado y a abrirnos a un futuro lleno de posibilidades. La Estrella es un recordatorio de que, a pesar de las dificultades, siempre existe la oportunidad de sanar, renacer y confiar en que el universo tiene un plan para nosotros.
Texto creado por ChatGPT (2024).
Esta historia que compartí es, si se quiere, una segunda parte de la entrega del newsletter anterior. Podes leerlo acá si no lo hiciste:
En general, en este espacio no suelo escribir ficción, pero por algún motivo esta historia quiere nacer a través de mí y le estoy dando el espacio que necesita. Un poco esa es su temática, ¿no? Aprender a experimentar, a confiar y a nadar sin tanto miedo. A la vez, esta historia tiene poco de ficción porque la escribo desde experiencias que he atravesado y que estoy viviendo en el momento presente. Hay algo especial en hacer arte con lo sentido.
Quiero cerrar con algo que leí en el Substack de Bridgette Sontag hace algunos días y que quedó resonando como ecos dentro de mí.
Hay una extraña clase de consuelo en darse cuenta de que tus pensamientos más oscuros, tus heridas más profundas, no son solo tuyos. Han sido sentidos antes, susurrados en las páginas de novelas, grabados en las líneas de poemas, llevados en los corazones de extraños que nunca conocerás. Y en esa experiencia compartida, hay conexión, hay esperanza. Hay el conocimiento de que, no importa cuán aislante se sienta tu dolor, alguien, en algún lugar, ha recorrido un camino muy parecido al tuyo.
Hay poder en ese sentido de pertenencia, en el reconocimiento de que tu historia, con todos sus bordes irregulares, tiene un lugar en el mundo. Por eso sigo escribiendo, por eso sigo convirtiendo mi fruta amarga en poesía. Es un lugar para desahogar las partes de mí que son demasiado enredadas, demasiado desordenadas, para ser expresadas en voz alta. Es donde encuentro esa amabilidad cuando el mundo se siente frío e indiferente.
Gracias una vez más por leer. Me conmueve mucho animarme a compartir textos diferentes a lo que suelo enviar. También me conmueve reconocer que puedo canalizar lo que estoy sintiendo y de alguna forma crear arte con eso.
Doy gracias a las personas que se toman el tiempo de escribirme, responderme los mails o dejar un comentario acá. Sin dudas hay algo especial que sucede cuando uno recibe un feedback, una mirada, de lo que comparte al mundo. Así que te animo a que me escribas y tejamos la red.
Sin más que decir me despido. Mucho amor para quien encuentre este escrito.
Nati.