Lo que sigue no fue fácil de escribir, pero necesitaba ponerlo en palabras. Antes de comenzar. Esta es la segunda parte de algo que empecé a contar hace un tiempo. Si no lo leíste, quizás quieras empezar por ahí, podes leer acá:
Diarios de una mujer al límite
La última vez que escribí acá dije que iba a publicar más seguido. Eso no sucedió. También pienso que había establecido los miércoles como día oficial del newsletter, y hoy el calendario marca jueves. Pero, sinceramente, en este preciso momento no estoy para seguir reglas. La vida está intensa, y por suerte, mientras mis piernas se balancean buscando el…
La semana pasada, mi cerebro se cansó de avisar en voz baja y decidió accionar por su cuenta. Me dijo: “no puedo con todo esto, necesito una pausa aunque no me la estés dando”. Y se puso en piloto automático.
Primero tiré un sachet de leche entero dentro de la bacha. Lo vi irse como si nada, mientras mi cuerpo seguía desenchufado. Después crucé la vía sin mirar. Recién reaccioné cuando escuché la chicharra del tren y me di cuenta de que estaba del otro lado porque seguí a la multitud cruzando. El lunes me olvidé que teníamos encuentro de Colmena, una cita que repetimos cada semana hace dos años. Hace unos días casi me paso de la parada del colectivo por quedarme mirando un punto fijo. Y ahora, que estoy escribiendo esto, me doy cuenta de que estoy poniendo acentos donde no van y mezclando las letras de las palabras.
Me hice varios autodiagnósticos, para empezar: burnout, o en criollo, con la cabeza quemada. Luego, mientras miraba The Pitt, una serie basada en la sala de emergencia de un hospital, escuché a uno de los médicos (o mejor dicho, a uno de los actores que lo interpreta) decir “the caregiver fatigue is real” (la fatiga por ser cuidadora, o ayudante de cuidados, es real). La frase me atravesó. Por último le escribí ChatGPT para ver su opinión, me dijo, “Lo que estás describiendo suena como una desconexión momentánea de la atención plena, o "desconexión cognitiva", y se refiere a una pérdida temporal de la atención y la conciencia de la realidad, a menudo como una respuesta del cerebro a una situación abrumadora o para protegerse del estrés.”
Nada del otro mundo, por supuesto, con el ritmo de vida que llevamos, muy posiblemente todos hayamos alguna vez experimentado un momento así. Pero, si bien sé que va a llegar un día en el que mire para atrás y vea todo esto como algo lejano, ahora, estando en el medio, siento que estoy dando manotazos de ahogado. Aún, la vista a la costa, no aparece.
Creí que las cosas se estaban aflojando, y con eso, también se aflojó mi cuerpo. Cuando la marea del estrés se retira del muelle, lo que queda es un espacio abierto donde, de algún modo, bajan las defensas. Y ahí apareció: un día entero de fiebre y vómitos. Fue algo breve, casi como un susurro del cuerpo diciendome lo que yo no me animaba a escuchar. Pobre cuerpo, tan obediente incluso para enfermarse.
Cuando pensé que los días pesados habían pasado, me di cuenta de que era un espejismo. Estaba nadando hacia una costa que al acercarme, descubrí, era una roca. Otra vez, tenía que tomar una bocanada de aire y seguir nadando. Otra vez, los problemas afloraron. Otra vez, estaba perdida. Y cansada. Y drenada.
A veces me pregunto si esta es la vida que realmente quiero. No en un tono dramático, sino desde la sinceridad que aparece cuando el cansancio hace que se caigan los velos. Sobre todo me pregunto qué sería de mi vida si hubiese tomado - o si tomara ahora - otras decisiones. Quizás podría ser una de esas West Village Girl’s viviendo en Nueva York ¿Cómo sería despertarme todos los días en un studio en Manhattan? O tal vez estaría en Buenos Aires, como ahora, pero trabajando en una empresa que me diera estabilidad. Quizás podría haber puesto más energía en formar una pareja y tener un hijo hace unos años. ¿Cómo sería mi vida ahora? ¿Y si le hubiera dicho que sí a alguno de los hombres que me invitaron un café mientras viajaba? ¿Estaría en otro lugar, con otra vida, otro paisaje?
Y entonces llega la pregunta más grande: ¿Quiero que esta sea mi vida? ¿Realmente vale la pena todo el tiempo, la energía, el dinero que estoy invirtiendo en cuidar las cosas que estoy cultivando? ¿Estoy avanzando hacia la “vida de mis sueños”? Y podría seguir indagando… ¿Es esa imagen con la que fantaseo mi verdadera vida de ensueño? ¿Es la vida que anhelo o solo una idea del momento?
Vivir las preguntas, como dice el gran Rainer Maria Rilke, es quizás lo más sabio que puedo hacer en este momento. Porque encontrar las respuestas, al menos por hoy, parece una misión imposible.
Algunos días no entiendo cuál es la voluntad de Dios, no comprendo cuál es el camino que tengo que tomar. ¿Cuántas veces más voy a sentirme perdida? ¿Cuántas veces más me voy a tumbar con la pared del laberinto? ¿Cuántas metáforas más tengo que inventar para contar lo que siento?
En noviembre mi abuela tomó el timón del barco familiar y decidió llevarlo hasta alta mar, donde las olas son grandes y no tienen piedad. Un momento de desliz, de mirar para otro lado, y cuando nos dimos cuenta estábamos rodeadas de agua. Supongo, que en alguna de esas grandes olas, todas caímos al mar. Y así quedé, en medio de la nada, con brazos acalambrados, buscando un pedazo de tierra.
Encuentro partes del barco flotando a la deriva, la veo a mi mamá y a mi tía nadar de a un lado al otro, intentando rescatar a mi abuela cuando toma el ancla para hundirse hacia el fondo. A veces hago la plancha, imagino que pasaría si esa ancla llegara a tocar las profundidades del mar, siento paz y a la vez me estremezco al darme cuenta lo que estoy pensando. Salgo a la ayuda, sujeto el ancla y tiro para arriba. La miro a mi abuela que me agradece por haberla salvado. Giro para contemplar que el resto esté bien y cuando vuelvo a darme vuelta la veo de nuevo con el ancla hundiéndose. Fantaseo nuevamente en qué pasaría si esa ancla tocara fondo. Pienso que por fin todo acabaría. Pero salgo, nuevamente, al rescate.
Cuando tengo un poco de paz me propongo arreglar el barco. Descanso en unas formaciones rocosas de poca estabilidad y martillo con lo que encuentro. Uso ramas y algas para atar las partes de ese barco, y cuando siento que avanzo me doy cuenta de que hay un hueco donde filtra el agua y ese barco vuelve a hundirse. Y otra vez, siento que me ahogo, pero no lo hago.
Saliendo un poco de las metáforas, y volviendo más a una crónica de mi vida, en la Parte 1 de este relato había contado que la vida estaba intensa hace ya un tiempo. Hoy, algunas cosas cambiaron, y otras se mantuvieron iguales. Pero sigo intentando bailar con la vida, incluso cuando la música no es la que yo elegiría.
Hay cosas que son difíciles de escribir, no porque no quiera contarlas, sino porque me es difícil encontrar las palabras adecuadas. A veces la crudeza puede ahuyentar, o lastimar. No quiero tampoco dejar de hablar de un tema al cual se le suele dar la espalda. La salud mental, cuando deja de ser un post en Instagram para transformarse en una escena desgarradora en tu cotidianidad, es un animal distinto. Menos domesticable. Más aterrador. Y mucho más solitario.
El tiempo que mi abuela estuvo en la clínica psiquiátrica fue denso, tenso, cargado de preguntas viejas que volvían a abrirse como heridas que dudo que alguna vez terminen de suturar. Y a la vez, también fue un respiro. Duro decirlo, pero real. Por un momento, supimos que estaba contenida, cuidada, medicada. Por un momento, pudimos bajar un poco la guardia. Hasta que hace un tiempo, tuvimos que volver a levantar las murallas.
En medio de todos estos meses de estar a la deriva, encontré refugio creando. Y esta vez no fue algo artístico, como si hice tantas veces atrás, sino que fue creando estructura. Poniendo un ladrillo arriba del otro. Levantando tablas de madera para darme asilo. Lo que estaba sucediendo en mi vida me estaba requiriendo mucha más madurez, y mi emprendimiento también me pedía una versión más adulta. Hace unos meses empezó la mutación de Le Mat Market, ya no como una idea, sino con hechos y sustento. Hay un nuevo nombre registrado, un dominio ya comprado. Hay también un nuevo propósito, y si dudas una nueva piel. No es casualidad que todo esto esté pasando al mismo tiempo. Mi vida está cambiando de forma, y con ella, todo lo que nace de mí.
Y casi como esa sorpresa que se llevan las madres cuando en una ecografía le dicen que van a tener gemelos, se sumó a mi vida un nuevo proyecto que jamás se me hubiera ocurrido tener. Hoy hay un nuevo lugar que me llama. Un espacio físico, inesperado, que nunca imaginé habitar de esta manera. El departamento vacío de mi abuela —ese espacio tan cargado de historia, donde los recuerdos son bastante oscuros— está a punto de transformarse en algo que, por ahora, voy a llamar simplemente Espacio IM.
Mis últimas semanas se basaron en, junto a mi familia, limpiar física y emocionalmente el departamento de mi abuela. Tarea para nada fácil. Revolver entre los recuerdos, entre lo que pudo haber sido y no fue, siempre estruja el corazón. Barrimos polvo y trapeamos lágrimas. Cuando el departamento se fue vaciando comenzó el momento de conseguir a alguien que haga los arreglos. A simple vista parecían cosas menores: pintura, humedad, un par de detalles. Pero como siempre pasa con lo viejo, uno mueve una cosa y aparecen otras diez. Cada arreglo abría una nueva capa de desgaste, de algo que estaba roto hace mucho y nadie había querido ver.
1.7 km de ida. 1.7 km de vuelta. Por la mañana y por la tarde, para abrirle y cerrarle al pintor. Ese está siendo mi ejercicio diario. Un peregrinaje pequeño, pero cansador. Camino con las llaves en la mano, sintiendo que con cada paso intento abrir algo más que una puerta, posiblemente una nueva etapa, incluso tal vez una posibilidad de sanar algo viejo a través de lo nuevo.
Entre bolsas de consorcio, polvo en el aire, muebles tapados y olor a pintura fresca, una segunda creación se está gestando. O más que segunda, es como si fueran gemelos: del mismo óvulo, de una misma semilla, nacen dos creaciones. Lo nuevo no tiene que ver solo con el lugar. Hay una parte mía que también está en obra. Que también se está vaciando, arreglando, limpiando. Y aunque no sé bien qué va a surgir de todo esto, sí sé que esta vez quiero estar presente para verlo. Ya contaré el porqué de Espacio IM, y su relación con el nuevo nombre de Le Mat Market. Ya contaré exactamente qué va a suceder en el espacio... cuando yo lo sepa, porque todavía no lo sé. Por ahora dejo el suspenso, y la invitación a la paciencia.
Gracias por leer hasta acá. Si esta historia te tocó alguna fibra, si sentís compartirme algo, escribime. Me encantaría leerte.
Seguimos en obra. Pero ahora, con las ventanas abiertas.
N.




Claro que necesitaba leerlo tranquila, porque sabía que iba a llorar.
Estoy abrumada y cansada y lamento no estar caminando junto a vos en este proyecto pero deseo de corazón que tanto sacrificio sea premiado con muchas satisfacciones, te amo ❤️